sábado, 29 de mayo de 2010

Caminos con corazón

Lunes, 28 de enero, 1963

‑Si completas con bien el segundo paso ‑dijo don Juan‑, sólo podré enseñarte otro paso más. Al ir aprendiendo so­bre la yerba del diablo me di cuenta de que no era para mí, y ya no adelanté más en su camino.

‑¿Qué le hizo decidir en contra de ello, don Juan?

‑La yerba del diablo estuvo a punto de matarme todas las veces que traté de usarla. Una vez me fue tan mal que me di por acabado. Y sin embargo, yo habría podido evitar todo ese dolor.

‑¿Cómo? ¿Hay alguna manera especial de evitar el dolor?

‑Sí, hay una manera.

‑¿Es una fórmula, o un procedimiento, o qué?

‑Es una manera de agarrarse a las cosas. Por ejemplo, cuando yo estaba aprendiendo sobre la yerba del diablo, era demasiado ansioso. Me agarraba a las cosas de la misma manera que los niños agarran dulces. La yerba del diablo es sólo un camino entre cantidades de caminos. Cualquier cosa es un camino entre cantidades de caminos. Por eso debes tener siempre presente que un camino es sólo un camino; si sientes que no deberías seguirlo, no debes seguir en él bajo ninguna condición. Para tener esa claridad debes llevar una vida disciplinada. Sólo entonces sabrás que un camino es nada más un camino, y no hay afrenta, ni para ti ni para otros, en dejarlo si eso es lo que tu corazón te dice. Pero tu decisión de seguir en el camino o de dejarlo debe estar libre de miedo y de ambición. Te prevengo. Mira cada camino de cerca y con intención. Pruébalo tantas veces como consideres necesario. Luego hazte a ti mismo, y a ti solo, una pregunta. Es una pregunta que sólo se hace un hombre muy viejo. Mi benefactor me habló de ella una vez cuando yo era joven, y mi sangre era demasiado vigorosa para que yo la entendiera, Ahora sí la entiendo. Te diré cuál es: ¿tiene corazón este camino? Todos los caminos son lo mismo: no llevan a ninguna par­te. Son caminos que van por el matorral. Puedo decir que en mi propia vida he recorrido caminos largos, largos, pero no estoy en ninguna parte. Ahora tiene sentido la pregunta de mi benefactor, ¿Tiene corazón este camino? Si tiene, el camino es bueno; si no, de nada sirve. Ningún camino lleva a ninguna parte, pero uno tiene corazón y el otro no.
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De Las Enseñanzas de Don Juan

martes, 11 de mayo de 2010

marzo (fecha la ignoro)


El olor a las caracolas


13 de marzo
Mediodía

El retrato del cocker todavía está en el atril, pues en sus rasgos carbónicos se presiente que falta algo por esbozar: quizás más desparramadas de la heterogénea garafiteada, para que el dibujo adquiera una profundidad más homogénea, pues a como está ahora hay mucha tonalidad en los ojos y en las puntas de las orejas, pero los mirada que lo recorra puntillosamente, podrá decir del perro que es un bosque sinuoso de andar. Fallaron los retoques del 8B para que la camuflada punta de la trompa adquiriera un expresivo relieve. Posicionado en una postura alzada, sus ojos vigilan cada rincón de la habitación, como si se tratase de una Gioconda infinitamente tristona.

El mate y el humo del agua a punto que jamás permito hervir, las burbujas que salen a flote cuando cebo, como si fueran aplastadas burbujas hidrógeno y de oxígeno emergiendo en las jacuzzi de lodo oriental... Todo ha vuelto a ser igual que antes. Aunque con diferencias importantes. Yo no ando como antes escarbando en mi memoria, en la búsqueda de una experiencia digna para escribir, de un tema menos mediocre que mi mediocridad. Ahora sé que apenas me siento, tengo la muchísima madeja de su leyenda para desovillar.

Aún sigues siendo lo más importante en mi vida. Me diste historia.









Macha solía elegir trabajos donde el 99 sobre 100 de los puestos estuvieran ocupados por hombres. Una mujer tan hermosa moviendo maquinarias de construcción. Resaltaba como un Dalí exibiéndose entre monettes. Pero tenía una razón: Macha sentía que implantaba justicia, primero dejando que se enamoren perdidamente pero luego impidiendo que la tocaran. Me duele tanto que no esté aquí. Sólo consideré a una persona para contarle que Macha se marchó. Sus argumentos me afirman que no volverá, pero me consuelo pensando que no lo ha analizado todo.

Lo que me apasionaba de ella era que todos querían tenerla.

Cuela un sentido especial: como si hubiéramos hecho las paces, como si nos lo hubiéramos perdonado todo, como si estos dos meses sin ella no hubieran existido, como si de repente nuestro enamoramiento se hubiera remontado en un barrilete que vuela por los cielos del tiempo, y llegara hasta antes de aqulla noche en que me habló de un tatuador semiartístico.



17 y 18 de marzo



Aquí estoy para escribirle, para resumir en dos o tres oraciones el pomposo amor inquebrantable que siento y que seguiré sintiendo, conforme el anochecer avance y Salamanca se vaya desprendiendo de sus colores vivos, para al fin regarse con el alumbrado municipal.

A pesar de que en dos meses larguísimos no he marcado su número, pues en tanto tiempo hemos conversado miles de veces más. Y así presiento certeramente que tu voz quiere estar próxima…

A veces estoy a punto de dar el adiós definitivo a los cuadernos titulados con un Macha indeleble. Pero aún deseo que se escriban poemas cuyas estrofas se suiciden en un solo adjetivo que haga un silábico juego con su lores. Quisiera contar su historia tan rimada como en la Eneida, para que así ya no duela tanto el recuerdo de sus tragedias, que desde los 6 añitos la venían siguiendo una tras otra, como si con aquel pecado que perpetró su madre se hubiera encendido la mecha de un holocausto, y a su paso avanzaba por su vida, demoliendo un sueño tras otro como si fueran cayentes fichas de un efecto tequila.

Los días no apagan el pensamiento de ti. ¿Cuánto más fuerte deberé gritar -a los vientos de los montes salmantinos- que a pesar de todo te amo y que mi grito llegare a Alcalá?

Algunos días soy de releer lo escrito hasta el momento, y se me da por compararnos con la amada Erguida con Puño y Jonh Dombar, quien comenzó a endulzar sus estoicos apuntes militares compartiendo con su homérico diario el secreto de su amor, y por él confesando el despertar de su espíritu indio.

Con las reiteradas leídas, los suelos americanos viajaron hasta el Japón de más o menos la misma época, y el diario del teniente ascendió hasta ser las anotaciones de un capitán, el capitán Alegran, quien como su antecesor Dombar, cuya alma se ve tan influenciada por la convivencia que poco a poco se va convirtiendo en un siux más, pues así este capitán yanqui se va haciendo devoto samurai, y en su diario pasan los días de sus admiraciones por la cultura de la aldea, donde Alegran es prisionero hasta que se derrita la nieve del invierno igualmente hermoso. Las estilográficas anotaciones del capitán Alegran, quien cada día nutría con una hoja más la fraternal camaradería que se acostumbró a sentir por sus manuscritos. Así fueron engrosando las páginas escritas, de un cautiverio que es similar al tuyo o al mío. Pues esto a aquello se parece, salvo que nadie me fuerza para quedarme aislado, yo solo con yo y los hubiera sido que se encadenan a lo que fue nuestro amor.

La bandera que se llenó con la flameante estampa del tigre blanco, hizo que coincidieran la experiencia de una muerte indudable con una enigmática visualización del samurai Padre. Como las que deseaba que logres tú con el despreciado Silva.

Pero a pesar del menosprecio sentido a veces, me quedan tantos recuerdos hermosos de ti mi amor.

Como la mujer maltratada que termina aceptando los golpes como un inevitable cometa que chocará con el mundo en cualquier momento, pues con esa misma decepción he terminado por aceptar nuestra distancia. La siento como algo erótico. La vivo como la fuente escondida en el desierto, como un gran lodazal donde esporádicamente crecen los esperanzadores lotos de la creatividad. Todo gira en extrañarte. Y en que si algún día busco noticias tuyas los mensajes de otros hombres me arranquen el corazón. Entonces tendré que venir a desahogarme escribiéndote, para no estancarme en las torturas de un resentimiento apasionado.

También echo de menos aquellas solitarias veces cuando me sentaba a escribir para salvar los kilómetros a costa de largos epistolarios, ya que no me alcanzaban los diezmos para viajar hasta la estación de Henares, donde una vez me despediste con la miedosa súplica de un beso. Me encierro aquí buscando un detalle que tengan la suficiente dulzura como para contrarrestar el amargor de tu partida, menos amante con cada aceptación de este vaticinado desamor. Me fascino encontrando pastitos o arenas en la profundidad del cuadro: detalles misteriosos que necesitan de nuevas sílabas para ser expresados.

Me enamoré de tu historia pero más perdidamente de tu corazón. De cuando tenías chuchos de frío, que ciertamente parecía un corderito balando que me enternecía las células. Me derretía cuando perdía las casillas, cuando en esos momentos insultaba irritada, cuando hacía justificados sainetes. Ella siempre era auténtica. Los intelectos se los guardaba para sus libros y sus escritos. Una persona sin máscaras.

Prefiero existir cien días viajando a un pasado que tenga la tibieza de tu piel casi castaña, la inmensidad de tu olor a mar, antes que vivir en un presente donde tus ojos no existan.


(Tardecita)

jueves, 6 de mayo de 2010

Tres pellizcos para el repulgue











A las puertas de la biblioteca Torrente Ballester, un auto que me veda la distancia se cierra con un golpazo. Un pespunte colgante de la cortina apenitas se mece, como si el vientecito que exhala esa súbita cerrada, misteriosamente subiera hasta el quinto piso y entrara por la ventana entornada. Como si fueran aquellos tules volátiles que celebraban la venida de Venus [tules de seda que dando enruladas danzas le acariciaban el aura a la diosa], pues así la cortina con índoles escoceses se derrite sobre la hoja abierta de la ventana, parecida a los relojes dalintescos que colgaban de las ramas otoñales como un mantel que se pone a secar en el bosque. O a los violines desinflados que Salvador pintó en…

Como 3 pellizcos para el repulgue de una empañada gallega, el cuadrillé de la cortina escocesa se estruja en las esquinas altas de la ventana. Y desde ahí se despliega en milagrosos garabatos de dobleces.














23 de febrero
las ocho de la noche
Aún sigo aquí.

Escribo porque me siento más cerca tuyo. Ahora me dices que nadie sobre el mundo merece más que yo una sonrisa de la vida. Pero desde enero que me pregunto cómo es que pudiste insultarme de esa manera.

La verdad es que si hoy me muero, entre todas las cosas a las que debiera dejar forzadamente (entre ellas la emocionante espera de ti), habría una razón que me alegraría un poco: pues sé muy bien que el resto de tu vida lo vivirías pensando que el último recuerdo que me quedó de ti fue...

Los humanos somos tan frágiles, mi amor. Cuando vamos en bici nos dejamos llevar por la cuesta abajo, sin percatarnos de que a los autos le sienta igual que nos estemos o no divirtiendo, con tal de llegar al parking antes de que lo ocupe el gordo de la oficina de al lado.

Echo de menos tus traducciones. Cuando me llegaban los versos de Young doblados al castellano. Ellos contaban de tu rabia con el mundo, latiendo bajo esa inocencia de los 6 años.

Lo único bueno que tienen las desgracias en esa edad, es que permanecemos siendo niños para siempre. Pues el maleficio nos deja esperando vivir lo que nos fue vedado por las circunstancias.





24 de febrero
(un número especial)
Debí fijarme en la fecha antes que abandonar la cama. Los 24 soy propenso los accidentes y a los sainetes. Pero bueno, esa es otra historia.

He venido a escribirte hoy porque quiero tomarme el atrevimiento de darte una contestación que no me has pedido.

El paso de este febrero se fue haciendo un poco más lento tras cada día que tus deseadas palabras estuvieron ausentes. Pues desde el diez de enero esperé cada vez con menos esperanzas esa llamada, pero a su vez cuanto más ansioso de oírla estoy a lo que estuve durante la primer semana luego de que prometiéramos no vernos más.

Recién ahora me acuerdo: hoy me desperté soñando que discutíamos. Nos encontrábamos y peleábamos por dinero. Hasta el último segundo fuimos nobles: no se reclamó lo que fue de regalo. Y tus últimas palabras fueron: ¿porqué no pasas a tomar algo y te quedas para siempre?

Luego desperté.


¿Febrero veintiqué?

Eran las cuatro de la tarde cuando salí. El andar de una mujer me hizo acordar al tuyo. Al compás de cada taconeo el movimiento de sus glúteos me impregnaba con una excitación que aclamaba al sexo. La seguí tres calles, impactado por el parecido. Nada más me conformaba con verla. Era como si hubiera estado cerca de ti.

Bendije la duda porque consiguió que dejara de pensarte por un momento. Tú me has enseñado lo que significa una pérdida importante. Ni siquiera escribir un libro había preparado a mi corazón con la seguridad suficiente para superar tu distancia. Hoy es una tarde en la que me hace bien echarte en esa cálida cara todo los reproches que no te había dicho: Debiste haber escuchado más.

¿Pero para qué necesito trenzarlos sobre esta hoja? Si tan sólo al mencionarlos en mis pensamientos fueron menguando la influencia corrosiva que ejercían maquiavélicamente sobre mi alma sustanciosa. Una ceguera: eso es lo único que conseguiré de tanto escribirte.

Hoy por hoy, en este día, en este asiento duro, prefiero articular oralmente

mis emociones antes de que formen un largo mechón rizado como tus bucles de princesita, de la ricitos de oro que usó la cama de los tres osos. Mi amor… tu imagen de fantasía siempre aparece para dar riego al desmesurado anhelo que se funda en tus palabras. ¿Qué significa este repentino vacío de ti? Ya no le temo al recordarte.

Las réplicas de ayer han evolucionado hasta un consistente dolor que se funda en la añoranza de ti.




3 de marzo

Mi corderito enfermo.




Eras tan hermoso. Hasta la peste se convirtió en una tierna equivocación de la vida si la llevabas pegada tú. Cuando me voy a dormir siempre me llevo al lado la caja multiuso que te servía como pesebre. Pero ya no me despierta tu cencerro madrugador ni tus balidos de eseoese. El desamor es una esperanza muy, muy larga, que se enfoca en tu vuelta a casa.

Mi corderito enfermo… Mi pequeño yang.



Mediodía