jueves, 11 de marzo de 2010

Benjamín Button y Cenicienta

5 de febrero









Una semana entera no disuelve ni un poco la imagen de su cara por las mañanas. Siempre es en el mismo instante, cuando nos despertamos pero aún tenemos los ojos cerrados.

Para que ese recuerdo no le molestara, él se durmió escribiendo 5 resúmenes de la historia de Macha. Como en un A4, sobre el cual unas homogéneas voces tipografiaban las letras de un siniestro Cenicienta, del cual ella era la protagonista principal.



El desamor también nos avisa de su inesquivable presencia con señales muy parecidas a las que vimos mientras el amor iba germinando. Y así con el gota a gota de mi pena fui llenando el aljibe de la desilusión. ¿Cuántos días más como este me harán falta para olvidarte? Y si tu alegría me impidiera que te olvide, ¿Cuántos paseos como el de hoy, cuántos viajes que me alejen de casa necesitaré para que no me apene al recordarte? ¿Qué tipo de sucesos harán falta que viva para que no sienta pena evocando a los inexorables poemas de tu sufrir? ¿Cuántas de esas amas de casa -a las que tu una vez llamaste impertérritas- deberé amar para que no aguarde más tu llamada hasta las nueve?

¿En qué filosofía estará el secreto para mi corazón no se extravíe de su sitio [como los niños que se van a jugar fuera de casa], cada vez que el destino trae alguna noticia con la melodía del fontanero? O cada vez que el cartero me trae un sobre a la casa. Pues aunque siempre me dejó impuestos, yo tengo la esperanza de que me imites y alguna mañana llegue hasta casa una epístola con tu firma.







¿Se llamará incertidumbre a este curioso colapso de conjeturas que desbocadamente sembró en mi pecho tu reaparición?

Con el dar vuelta tantísimas hojas, con el cultivo de miles y miles de caracteres que incomprensiblemente se han ido almacenando en las guardadas cuartillas de mis cuadernos, pues la verdad es que me fui convirtiendo en un bienintencionado descriptor de los paisajes que me conmueven. Pero tus pocas palabras me hicieron sospechar como un incómodo síntoma de culpa y no como una prueba de que me ames.






6 de febrero
mediodía



Ya estamos en el cuarto sábado que esta casa no sufre el pomposo alboroto de tu fija llamada mañanera. ¿Cuánto más he de esperar hasta que me llegue otra noticia tuya, mi amor? ¿Cómo no ves que sufro?



Tras de mí, el clocotero tictac es un inerte relleno para los chiclosos espacios que sufre mi tiempo maniatado a partir de tu ausencia: una mar de minutos en calma, que difícilmente se desasosiegan cuando un motor industrial se activa en Avenida los Cipreses y se entromete por la ventana en el comedor. El pestilente chasis avanza a menos del límite permitido, girando a no sé cuantas revoluciones sus llantas turismo o 4x4. Pero yo no pedo despegar del cuaderno de Macha. Puesto que aún no cortaste las cuerdas de la atmósfera –igual que el tiempo- maniatada, marcando los nueve dígitos que te acercarán a la romántica molécula subtormesina.






No quiero seguir pensando que he desperdiciado la oportunidad de mi vida. A pesar de los problemas era feliz contigo. Quienes no aprendimos a perdonar somos como un membrillo apestado: con la perfecta piel amarillo-verdoso, parece que nos saborearán suculentos golosos en las sobremesas de alguna cena estirada. Pero al momento de la verdad, el fruto evidencia una especie de cáncer, pues su pulpa fue masticada por los parásitos. Pues nosotros somos igual: todo indica que alcanzaremos el éxito, pero nada de aquello que intentamos llega a buen puerto. En el último minuto alguna cosa sale por arte de magia mal. Mientras sigo esperando noticias tuyas vuelvo a escribirte aunque esta vez con un fin: que te lleguen mis pensamientos.

Me los ha inspirado Brad Pitt, cuando por segunda vez le veo interpretando excelentemente a un Benjamin Button exageradamente atípico. Y a su vida, que se codea con nuestra realidad como un chimpancé podría entenderse con el apolo 11, en caso de que toda la tripulación falleciera de golpe y se quedara al mando de la nave.

Respecto a la muerte, Benjamin había dicho: algunas veces venía a visitarnos un huésped bien conocido. Pues cada tantos meses o a veces años, en mis cuadernos se apoya un huésped cuyo rostro ya me memoricé. A veces los desamores visitan mi vida, y a veces soy yo quien dejo grabado a fuego su cruel emblema en las carpetas de otros corazones. Es algo así como los sellos reales usados para cerrar los sobres: pues las personas ponen su sello de desamor encima de la cera aún caliente de nuestras pasiones, y entonces permanecemos cerrados, guardando secretos magníficos, hasta que somos abiertos de nuevo por la mágica aparición de un colibrí o una mariposa.


Y hablando de realidad, sin la intención de seducirte a través de esta melancolía, pero deseando fervientemente que mi dedicación te conmueva, puedo decirte que es muy cierto que cada desamor nos agarra cada vez un poco más viejos. Diez años a este ahora yo había sentido el mismo dolor que ahora experimenta mi alma. Lo que más me parece curioso son estas lágrimas, pues no las solté en aquel entonces, y hoy en cambio no tengo hora entera sin que mis ojos las necesiten ver. Y –por supuesto-, sin la intención de aburrirte, escribiré la misma idea de diferentes maneras, así si alguna vez la incorporas, tu tengas a más de una frase para elegir, y utilices la que te suene más linda. Después de los 30 años vivimos en una etapa donde nos duele más perder las oportunidades que la vida nos ofrece para ser felices. Si antes pensábamos que la vida era tacaña, pues en muchas veces distintas no nos había dejado alcanzar el éxito, pues a los 32 años, entones, la consideramos cruelmente mezquina.

Y ya lo ves: me has enseñado algo que demoramos en aprender. Y aun cuando nuestra singular experiencia nos diga que es cierto, nunca aceptaremos del todo: simplemente, vamos muriendo.



No hay comentarios: