jueves, 25 de noviembre de 2010

El muelle donde han zarpado las ilusiones de ti


25 de junio




Si tú eras la sombra de un mañana venidero, pues yo después de ti me he convertido en la misma lágrima de un mañana que aún no se ha creado. Un corazón partido es como la plastilina que se estruja en las manos de un gigante.

Parezco obligado a pensar en ti. Cuando algo ya no está más, nuestro corazón busca compensar esa falta amando los recuerdos que aún están vivos. Cuando noto que los meses se han pasado sin tu vuelta me apeno mucho. A veces me enfado porque tu desnudez se cuela en las fantasías que tengo con otra mujer. ¿A cuántos otros mejores habrás dejado pasar al cuarto donde alguna vez yo dormía? Para escribir me gusta el desamor más que el amor. El desamor no es otra cosa que el amor aún existiendo. Esta distancia es lo que hace insufrible al amor que aún vive. Después de pasar una semana experimentando un extraño alivio que flotaba en una eclipsada Oceanía de esperanzas, pues los primeros meses de este desamor han sido los peores.

Cuando te olía escuchaba el mar yendo y viniendo en mareas alteradas. Me acuerdo cuando oí tus primeros te quiero: aunque me hacían feliz yo sentía como si me llevara la corriente del Tormes y estuviera pasando por un punto del río donde la falta de profundidad me hacía correr el riesgo de encallonar.

Sólo te quiero a ti. Ningún nombre que lleva como consonante capital a la eme ha tenido éxito al buscar destronarte de mi corazón.

Gracias al recreo que me permití del tabaco, hoy las eyaculaciones son más viriles. Pero a su vez cuánto más vacías las siento que en aquellos cuatro meses donde Dios coronó con un arcoíris a todos los horizontes de mi vida. Si mis escritos te hicieran sentir alguna culpa no les des importancia. Quiero que vuelvas sólo si me amas. Conocer de nuevo tus elogios simplificados. Que me desprecies como antaño, hacerte feliz con el sacrificio de mi hombría. Amarte así como eres. “Soy la sombra de un mañana venidero…”
Como todos los cuentos dignos para leerse, éste comienza con un ella.

Sinceramente los albañiles -que hablan sobre la terraza de la Ballester-, no me permiten recordar bien. Comienzo a extrañarte cuando escribo mis páginas y sé que nadie las leerá. Pero aunque no sé exactamente cuándo, luego de despertar me puse a pensar en ti:

Eres los versos insustanciales que pueden leerse en las páginas de un apasionado poemario cuyos miligramos flotan insistentemente en la fallida constante cosmológica del limbiótico orbe que se achucha a sí mismo en una expansiva dimensión cuyo cambiante paradero se cita en este atardecer asolado en el cual se fustigan los cientos de recuerdos tuyos y los utópicos muelles desde donde han zarpado las ilusiones de ti.

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