viernes, 8 de abril de 2011

Un corderito con piel de lobo


The Emperor of Wyoming. Los arpegios de Young calman la arritmia de este día que toma como punto de referencia a los ancianos de traje cruzando un paso de cebra, a la esquina del parque de la Chinchibarra. Las barrigas suben a la vereda, la sombra equilátera de un edificio anticipa a las hileras de autos estacionados cómodamente, o si no, como un fraile, Torrente Ballester subido al podio de mármol les da cátedras mudas a los estudiantes de la biblioteca que le pasan por enfrente de sus gafas de utilería.


¿Quién pudiera responderme? Tan mudo como aquel prócer del intelecto, el teléfono hoy suena sin que nadie conteste nada. ¿Pero quién puede decirme un hola o un te extrañé?. Y aún así cierta felicidad tontona consigue hacer vibrar la sangre de mis aortas cuando del otro lado todo es silencio. El cuerpo me da señales de que queriéndote voy a contramano por las fantásticas autopistas de la felicidad. ¡Qué vergüenza!: ya ni siquiera es la línea muda cada quince días. Y sin embargo cada vez que suena esa opereta de carrusel sigo esperando que seas tú. Luego voy por las ranuras del día acompañado de un espontáneo maremoto de pensamientos en los que tú participas como crestas en las olas.


He cumplido con todas mis promesas. Y sin embargo no hubo santo que me pague los días y las tardes esforzados concediéndome el milagro de tocarte otra vez. Por dos o tres días era feliz en otra ciudad lejana. Una emoción traicionera aplanaba a tu fantasma. Pero al tercer día resucitó.


Te quiero de vuelta Dolores. Seré superficial si acaso algunos días hiciera falta, pues jamás te insistiré de nuevo para que sanes tu alma con brujerías baratas. Y únicamente cuando tú quieras hablaremos de amor. guardaré mis te amos y mis te quieros, y para dártelos aguardarán tu iniciativa. Pero jamás te contaré de la música que no prefieres y yo he escuchado. Vuelve al menos para discutir conmigo. Que tengo ganas de ser herido otra vez con tus palabras. Para pelear por Dios o Jesucristo, admiremos la incomprensión que cada cual tiene por las ideas del otro. Que una profunda emoción nos haga salir a la superficie, cuando se contempla el acento de las voces.



11 de agosto de 2010

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