viernes, 29 de enero de 2010

El accidente de tu ausencia



28 de enero







La exuberancia de mis letras nos reposa en un asiento de Maesa, cuando me impactó la enormidad de tus im y de tus tro cursivos, que junto a otras sílabas más didácticas conformaban otros
sujetos y predicados.

No consigo salir de ti.

En ese pasillo tintilineaste eléctricamente el llavero, para ver si burlando ingeniosamente a tu sacudido apresuro se te pasaba la inmediatez. Hasta la acentuación prosódica de un monosílabo me aterriza en el estirado oficio de tus ancestros.




29 de enero





Mientras una nube de tormenta se escapa caracólicamente hacia el otro lado de horizonte, las chimeneas de enfrente -progresivamente- se van quedando sin su fondo de algodón, como si Dalí se arrepintiera y borrara sus maquetados nublados con una inmensa pincelada de azul celeste. A su son, el sol acrecienta los watts de su luminiscencia, para que el estudio -pasivamente atareado-, suba con un sutil arrebato la incandescencia trivial, como si Eddison aquí estuviera probando los tercos experimentos de sus visionarias lamparitas.

Ya es la tarde y prefiero quedarme frente al curado bon-sai, en vez de salir a la calle para dejarme seducir por las despampanantes salmantinas, que siempre traen consigo la pomposa producción de sus peinados artísticos, con sus estilos a lo Amadeus, aumentando el volumen de su exotismo con algún mechón superficial reflejado moradamente.

El accidente de tu ausencia es más terrible que cualquier injusticia que me pudiera haber cuasado dolor. Somos personas libres, y en esta misma condición de seres que no adeudan nada – por el contrario, la vida es quien nos adeuda una indemnización, ya que en algunos casos la suerte viene fallando desde la fábrica-, poniendo una sobre una las piedras de nuestras deliberaciones construiremos una leyenda auténtica.

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