miércoles, 15 de diciembre de 2010

A las manos de Ámon


23 de octubre



No es para decírtelo en estos días, pero a ti te encanta sentirte la protagonista de un drama como el vivido por Helen, que sufrió a las manos de Ámon. Vi aquella brutalidad cuando no estabas. Y te convertiste en mi heroína. Nunca había tenido una. Tuve imágenes de de ti en la cama, semidesnuda. Como si fueras un frágil Cristo que se crucifica acostado. El estoicismo con el que soportaste todos aquellos días enclaustrada en sus manos me hizo sentirte la más valiente del mundo. Con el silencio hiciste la guerra al orgullo masculino. Ganaste muchas batallas a pesar de los magullones y los huesos doloridos. Presencié cómo te vas dejando morir sin hacer nada para impedirlo. La muerte hubiera sido un trofeo por no haber dejado que se quedara con la razón.


Desde niña soñaba con tener a alguien a quien contarle sus angustias. Quería vivir en la torre, pero con un confesor al lado. Un día llegó el príncipe a rescatarla. Su belleza lo hipnotizó. Y allí en la torre vivieron felices para siempre.

Los misterios del amor es mejor dejarlos sin contestar.

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