domingo, 7 de febrero de 2010

Anteperla


Hoy -28 de diciembre- no me alcanzaron las hojas ni la tinta para desahogarme de esta falta de ti. Tus rasgos índigos son la conformación de un místico y complejo

rompecabezas, inaugurado hace un siglo en un ápice de las genéticas antepasadas. Esa confeccionada figura hinduista, obligó a todos mis bolígrafos a que escribieran sobre una partícula de tu historia, antes que de ningún principito mío.

Los cuadernos están cada vez más flacos, pues arranco las hojas que se jactaron con algún que otro de tus Lolita: es que deseoso estoy esperando que alguna vez te haga falta saber cuánto he pensado en ti; así yo desenfundaría del tahalí de mis secretos todas estas carillas, endulzadas con el epígrafe de tu nombre.

Como la rosa azul, la creatividad es algo raro. Y así, como el rocío del amanecer salpica el envolvimiento de ese capullo para que se transforme en la exótica flor, los exactos carameleos de tu amor, tu cariño y tu deseo, han extasiado a mi alma para que vuelva a prosar acerca de este dulce embelesamiento llamado estar enamorado.




Soy un grano de arena
vagabundeando entre penas
lo submarino.

Pasivamente existo
en una mar de tequieros
añorados.

Antes de una fecha
imborrable, fui Poseidón
en esas aguas.



Las líneas que confiesan los deseos de ti son tachadas en los insatisfactorios renglones de la intención, que ocupan la distancia que va desde el erosivo intelecto hasta la hoja, compuesta por sustanciales maderas. Debido a unas vacaciones desinteresadas, los bucles de esta caligrafía tienen más consistencia. ¿Respecto a estas últimas líneas? Diré que aunque abundan en verborragia, son minusválidas en autenticidad. No quisiera ser vulgar hablando de sexo. Tampoco criticaré a quienes lo pronuncian ardorosamente. En mis cuartillas ya experimenté la expresión de mis celos, de mi amor, de mi añoranza… pero hay algo más profundo y también más íntimo: una excitación de la que no llegué a conversar nunca ni con nadie, salvo con el sonido del viento, o en los confines brumosos de mis rebuscadas intelectualidades, he conseguido escribir un poemario de [quizás] unas diez hojas. Yo sólo quiero pensar en ti. Desearte cuando no estás. Desearte pensando que mañana tampoco podré viajar a Madrid. Hoy me leíste sobre la emoción, pues yo te digo que este sentimiento deja aparecer su sabrosa y jugosa pulpa cuando, pellizco a pellizco, voy quitando la fantasmagórica cáscara de los valores que me implantó este mundo. Este sentimiento es una emoción que se inflama cuantos más pensamientos tengo de ti.

En cada cosa estás tú. Acompañas los marcos azules donde van centradas desde hace décadas las preescolares fotografías, encoladas finamente sobre la contraportada del cuadro.






(Anochecer)

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