domingo, 7 de febrero de 2010

Timorata





Vuelvo al bon-sai pespunteado con hojas duras, a la sinergía del amanecer tormesino, a sus horizontes urbanizados y a sus nubes, que van adquiriendo tonos violetas, conforme el sol atraviesa la ruta de su cenit impreciso.

Los edificios asiluetan a los vientos, dándoles filosas formas e hiriéndolos de tal manera que profieren nobles aullidos indescriptibles.

El brazo de un escritor se retuerce. Luego se escurre por una esquina de un aislado espejo de cartera, que se sostiene con un soporte de fierro triangulado. Cuando quiera alejarme de ti reclutaré a un ejército de gatos y entre sus bigotes sitiaré a la frágil princesita de tez pálida, con apenas un pigmento de colorete.



Yo no se si será cierto, pero siempre en el medio del sujeto y el predicado está ese estorbo que es como una pelusita haciendo saltar la púa de un Winco.


Ahora eres los puntos suspensivos
Que finalizan malamente las oraciones
Antes de que su predicado
Done movimiento al actor.

Eres la invisible ofuscación
De todas las demás líneas
Que no nombran tu lores.

Un impresionante atolón
Cuya superficie impide
Que se junten los mares
Amén de su inmensidad.

Un Triángulo de las Bermudas
Cuya elemental imantación
Engulle los nuevos barcos
De las ilusiones.


Será como el tabaco que cuanto menos se fuma más fácil es de dejar. A medida que las noches desgasten las farolas que alumbran la plazoleta de Chinchibaya, habrá una alborada sin los corrosivos primeros minutos de sus voces hermosamente enloquecidas. ¿Pero qué pasaría si mi felicidad está en hacerla volver? Los relojes están por auspiciar la hora en que diariamente ella dejaba de telefonear a casa.




(Originalmente escrito en un amanecer
cuya fecha jamás se registró en este cuaderno)

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